jueves, 26 de abril de 2012

MARÍA CALCAÑO VENEZOLANA(1906-1956)

 MARÍA CALCAÑO.a Calcaño
Se casó con sólo 14 años y con 27 ya tenía 6 hijos. El reconocimiento le llegó tarde y optó por una temática de marcado erotismo subversivo en lugar de tratar inquietudes de su época como los moldes estéticos o los temas sociales. Se la considera la primera poetisa venezolana que asumió la modernidad a través de la libertad y el goce de la expresión.CUANDO DIMOS INICIO A ESTE ÁLBUM, MOSTRAMOS LA HISTORIA DE LA VENEZOLANA MARÍA CALCAÑO. CENSURADA POR LA SOCIEDAD DE SU ÉPOCA, FUE CASADA A LOS 14 AÑOS DE EDAD Y SUS POEMAS SESGADOS Y PROSCRITOS. MIENTRAS EXISTA ESTE CLUB ESTA MARACAIBERA QUE NUNCA PUDO ESTUDIAR LETRAS JAMÁS SERÁ OLVIDADA.
CANCIONES QUE OYERON MIS ULTIMAS MUÑECAS.

Había olvidado las muñecas por venirme con él.

De puntillas, conteniendo el aliento me alejé de mis niñas de trapo por no despertarlas…

Ya me iba a colgar de su brazo, a cantar y bailar y a sentirme ceñida con él: como si a la vida le nacieran ensueños!

Yo no llevaba corona, pero iban mis manos colmadas de bejucos floridos de campo, de alegría, de amor, de fragancias.

Muchas noches pasaron encima de aquella honda pureza sagrada. Todo el cielo volcado en nosotros!

Había olvidado las muñecas.

Ahora él se ha ido. Lo mismo. Despacito, por no despertarme…


Maria Calcaño, Venezuela.
2
Por lo que tengo de violeta
Los cien deseos más hermosos
Llevo despiertos…

Mi raza fue de locos.
Por ventura. Perversos
Que no fueron idiotas.

Reventó la semilla
Traidora
En mi cáscara sencilla.

Y viéndome el tamaño
No podrán saberme
El tamaño.

Para llevarme a cuestas
Estoy escrita en verso.

Lo más menudita
Y mujer!

María Calcaño

El erotismo vagabundo en la poética de María Calcaño
Luis Alberto Bracho O.
La historia nos recuerda como una invención, una idea que se fracturó y no llegó a ser lo que quería ser. Esta tierra sin nombre, desflorada por la razón encarnada y teñida por el vicio detrás de la cruz, sólo supo de desencuentros y de ultrajes. Europa la nombró y allí comenzó a existir, para ellos estos parajes sólo significó oro y espacio sin tiempo. Pero América se pobló, poco a poco, de ritmos africanos que acompañaban el andar silencioso de los indios. La tierra y su misterio impusieron tonalidades diversas, confusas, enloquecedoras, invitando al “todo mezclado”. Una y otra vez el blanco, el negro y el indio danzaban poseídos por el ritmo de fundación. Al compás del “todo mezclado” construyeron, como sin querer, una manera de ser, una sensibilidad que se levantó y configuró esa raza indo- afro- ibero. Esta mezcla conservó, en las entrañas, el turbulento caos, la vivencia y la fuerza del momento fundacional que la doto de voz.
El indo-afro-ibero configuró lo que hoy, en términos de Carlos Fuentes, entendemos, por razones de “unidad y continuidad lingüística”, como Hispanoamérica. Esta mezcolanza cultural nos impregnó de un swing empático que desborda todo ordenamiento lineal, el cual es característico de la visión eurocentrista. En nuestra mirada, quizá, no haya un proyecto acabado orientador de lo que debemos ser, ni un imaginario centrado en paraísos de concreto o sociedades de bienestar generalizado. Somos la síntesis de lo inacabado, de esos tres torrentes que fluyen y dan vida al “espíritu objetivo” que nos habita. Hemos renunciado a los purismos “raquíticos y sifilíticos”, a la pretensión racional de regocijarnos en la pureza de la raza y del lenguaje, apenas, somos una mirada preñada de ilusión en pleno transito.
Iberoamérica es expresión de la diversidad cultural que nos constituye. Pero, no podemos olvidar que en esa convergencia encontramos un sin número de contradicciones: líneas de fuerza en plena oposición. En este carácter contradictorio descansa nuestra riqueza y perdición. La América de habla hispana es un lienzo de gruesos y sutiles contrastes, armonizadas por tonalidades disonantes y estridentes que surgen de un cuero templado en plena danza orgiástica. Son trazos, giros, quiebres, humores que hablan de un modo de ser y de un estar en el mundo. Es por ello que hablar de este continente significa hurgar en una multiplicidad de rostros encontrados. Sin embargo, en esta oportunidad sólo me voy a referir al erotismo que es uno de tantos aspectos que caracterizan a eso que hemos llamado Hispanoamérica.
La intención es una, sólo quiero rendir un pequeño tributo a la poeta maracucha, María Calcaño. El erotismo que desborda su obra es reflejo de la confluencia de aquellos ritmos fundacionales. En la breve producción literaria de esta poetisa encontramos un culto al cuerpo y a la tierra. Sin embargo, ello le hizo ganar, en su Maracaibo querido, la censura y el desprecio de los poetas de su generación: escritores conservadores y reaccionarios que se negaban a abandonar los viejos preceptos modernistas. Su poesía pudo más que los prejuicios de la época, no pudieron acallar ni doblegar su voz.   
La propuesta poética de María Calcaño fue un rayo encendido que volvió vapor la estrechez y la mezquindad de sus iguales. La resistencia era el pretexto para ignorar la sensibilidad que se levantaba. Si, quizás, fue una pagana con mirada de ángel, sonrisa pícara y una voz inflamada de deseos. Ella, como pocos, abrió sus brazos, su cuerpo, y se entrego sin pausa a la espiga, al mar y a la noche. Su poesía nos invade con imágenes sutiles, caricias ingenuas y con una erótica empática. Su primera obra, Alas fatales(1935), lo toma a uno por el talle y lo invita a danzar, a no renegar el encuentro, a extasiarnos con el roce de cuerpos sudorosos, sin acallar el grito que yace dentro: 
Cómo van a verme buenasi me truena la vida en las venas.¡Si toda canciónse me enreda como una llamarada!,y vengo sin Diosy sin miedo…
¡Si tengo sangre insubordinada
y no puedo mostrarmedócil como una criada,mientras tengaun recuerdo de horizonte,un retazo de cieloy una cresta de monte!Ni tú ni el cieloni nadapodrán con mi grito indomable.
La sensibilidad que despiertan sus giros y frases desnudas, devienen en un erotismo encarnado. Cuerpo y alma coexisten en franca comunión, disipando todo rastro de dualidad ancestral. Nombrar a uno es, simultáneamente, dar cuenta del otro. Sin Dios y sin miedo se abalanza desbocada a empaparse y entregarse a las delicias mundanas. Las mediaciones sociales no logran retener el impulso vital que retoza dentro y desborda los preceptos de hipócritas infames. Su moral es la del cuerpo, no se restringe a las leyes agónicas del deber ser o de las buenas costumbres. El deseo es la única ley que entiende y rige su andar por esos senderos floridos de altas espigas. Es en la condición deseante donde radica su potencia y entrega, no ser fiel a esa exigencia si es inmoral. Entonces, la poesía de María Calcaño, como lo diría Maurice Blanchot, es expresión de la experiencia enfocada y vinculada a la vida.
Conversar con la obra de esta poetisa es barnizar y abrir puertas a emociones renovadas; es hablar desde la existencia esculpida por el deseo de vivir. En sus poemas, quizás, no encontremos grandes metáforas ni la discusión de los problemas que históricamente han agobiado al hombre, pero si un río de imágenes que precipitan sobresaltos y despiertan pasiones:   
Una gran desnudez:mi cuerpoy la noche…
¡Pero sueño en el alba!
Alba:abertura de sangrey de alas. 
Y el pájaro,dueño del bosquecon un trino…
¡La vidaes este montón de tierra fértil!El hombrey yosomos la quimera.
Diosen su grave verdad.Y sobre nosotros,como una maldición,esta sombra monstruosa…
El canto de María alcanza varios registros y su voz no se quiebra, se alza rauda entre el tumulto de mojigatos temerosos del cuerpo y de Dios. Se trata, entre otras cosas, de reivindicar lo cotidiano a partir del encuentro con el otro (el amante, el amigo y no el abstracto) y en comunión con la tierra. Con su poesía no dejamos de asistir al misterio de lo profano y lo sagrado que habita en la carne del hombre; ese sentir orgiástico que subyace en el fondo de la existencia, en la vida. Esta poetisa asume el cuerpo como morada abierta, como principio y fin de la existencia. Esta casa es reducto de todos los sentimientos y emociones posibles; en su obra modeló una estética centrada en una erótica. Las líneas ejes que la configuran son el vitalismo y la pulsión sexual (Eros), por esta razón su poesía, en la época en que aparece, se vuelve transgresora:  
Revélate gigante,que en mi vida tú cabes.A golpes de latidoquítame cien años de codicia.
Ábreme la vena,abundante…¡que la tengo estrecha!Déjame una brecha,deja que me dureel goce del hombre delante.
De un golpe,a cuerpo desplomado,dame la delicia…
El vitalismo como afirmación de la vida, expresa una visión de la existencia concentrada en el hedonismo que surge de la interrelación con lo cotidiano y con la naturaleza. En su producción presenciamos imágenes que semejan la posesión, el acto amoroso, la entrega que colma los sentidos de plenitud y delicias. En momentos puede ser la lluvia, la noche o el alba que la toma de sorpresa por el talle y la posee, su cuerpo se estremece y plena se funde: es una con su amante. El erotismo desplegado en cada encuentro con la naturaleza enciende la imaginación y el cuerpo se vuelve leve, inflamado de ensoñación.
Esta erótica, a lo largo de la obra poética, se encuentra matizada, su intensidad es cambiante, pero no carnavalesca, puede mostrar un rostro ingenuo, un carácter trasgresor o simplemente develar su dimensión cruda. Estos tres momento del erotismo están entrelazado por el “Yo” que teje y da forma a su poesía. Este egocentrismo no es más que una afirmación de sí, es un decir si a la vida y un exacerbar la corporeidad: 
¡Mujer!,ábrete el corazón,que es una flor de llamas,una sola canción… 
¡Da tu vida a cien hombres!¡Que te duela la herida! Que seas como un vasolevantado en un brazo… 
Que vientos de placerte preñen los ojos,¡mujer!Ama…Tuya es la alegría.
¡Con un golpe de hombreen la honda sangría! 
La pulsión sexual configuradora del erotismo, tiene sus instantes de exaltación. Sin embargo, esa sombra omnipresente, por lo general, es un manto que cubre sutilmente su poesía sin vulgarizarla. Los cuerpos en plena entrega reflejan un momento de fusión donde todas las barreras y los diques, fugazmente, desaparecen.
Este erotismo es presencia que activa la imaginación y sacude los sentidos. Las escenas a medio andar, llenas de silencios, más que mostrar sobre entienden casi todo, callando lo obvio. Es allí donde encontramos el cenit erótico de la obra. Los elementos sugeridos se fusionan creando una atmósfera envolvente y propicia para desatar la imaginación. Este vitalismo y el pulso sexual se integran generando una catarata de emociones y una espuma de placeres:
De lejos vinepara verme con él. Y ha pasado por mi ladosin notarme…
El sol se echaba sobre el mundoy nos alumbraba.Con toda aquella luz,¿cómo no vio mi alegría?Yo había venido con el viento.
Corriendo,sofocada,la blusa abierta…Fue cuando su miradapasó sobre mi pecho.
¿Tantos siglos llevan encimalas cosas conocidas?De lejos vinepara vernos.Y él me mirósin verme.
¿Para quién entonces he podido conservarme virgen?
Las imágenes llenas de sensualidad invitan a la fiesta, al desenfreno íntimo, al goce de los deseos. Sin Dios sólo nos queda la vida, un hacerse cargo de sí, con ligero equipaje y dentro un mar de pasiones. El erotismo vagabundo de María Calcaño es un baño de fría agua que eriza la piel y humaniza aquellos temores más profundos. Esta erótica empática en su carácter vitalista no niega ni teme a la muerte, por el contrario, la abraza y la lleva en su seno; no olvida que ella es parte y razón de la existencia. En la producción poética de esta maracucha encontramos un diálogo fluido con la muerte, de reconciliación, sin reservas ni aspavientos ni mediaciones religiosas. 
La muerte es una línea de fuerza que nutre el impulso vital, la afirmación de sí. Maurice Blanchot (1992) señala que “… sólo se puede escribir cuando se es dueño de sí frente a la muerte y cuando se establecen con ella relaciones de soberanía. Pero si frente a la muerte se pierde la compostura, si ella es algo incontenible, entonces corta la palabra, no se puede escribir; el escritor ya no escribe, grita, un grito torpe, confuso, que nadie oye o que no emociona a nadie.” (pp. 82- 83) Esto último no ocurre su poesía, para ella la muerte es condición natural que habita en el hombre, es un elemento que propicia la seducción cuando es liberado de todo prejuicio cristiano:
Yo sé que he de morir,que ha de venirme eso…Pero no quiero llantosNi dobles de campanasNi alborotos, ni rezos.
Déjame solamenteel calor de tu pechosin estorbo de gente…Y ahora que nada me dices,habla de cosas buenas,Alegres, de mentira.
Bésame intensamente…,júrame que me quieresy descíñeme este pesode angustia.
Después…¡qué importa!vendrán otras mujeresa borrarte mis besos…
Este erotismo empático desprende humores que suavizan y dosifican los rasgos tristes de la muerte. Sin miedo y sin Dios, ella nos puede visitar en forma de fría noche, de tarde calurosa o mañana fresca. Sin embargo, en la poesía de María Calcaño, la muerte se presenta transfigurada, pasa de una condición natural a una estimación racional contra la cual se debe luchar:
Tener que morirmeen esta época con una muertetan desacreditada.Antes llegaba ellacon su paso naturaly nos desvanecía…
¡Cómo no fui de aquellos tiempos!Morir era simple:apagarse tranquilos,y reposarsin más ni más.
Sin haberla ahuyentadocon el corte de un seno,de una garganta…O con el tropel de alambre del electrocardiogramasobre el corazón vencido.
Oyéndolaroer su media presa,¡qué deseo locode ir por fin con ella!Y tocarme a mí ahoraesta muerte sabihonda,muerte de clínica y de laboratorio,metida en cámarade oxigeno,entre penicilinay radioterapia…
Irme con esta muertetan antipáticay con tantos siglos encima,me da pena…
La ausencia ficcional es vivida por el escritor de un modo diferente, su registro e impresión no se compara con la experiencia de vivir la muerte en la realidad. En su Diario, Kafka escribe: “si los dolores no son excesivos, me sentiré muy tranquilo en mi lecho de muerte. Me olvidé de agregar,…, que lo mejor que he escrito hasta ahora se basa en esta capacidad de poder morir contento.” El narrador apelando a la retórica puede crear ambientes que logran emocionar y conmover al lector, alcanzando a describir una “muerte contenta”. Pero, en la poesía de María Calcaño la partida final es un aspecto natural que acompaña el vivir, es materia poética, es por esta razón que su crítica se centra en la perdida de esta condición, es decir, la muerte se ha deshumanizado. 
En la obra de esta poeta registramos una vinculación entre el erotismo y la muerte. Ésta es una presencia que no permite olvidar que la afirmación de sí es voluntad y deseo de vivir. Ello significa que el pulso vital, el vitalismo, se afirma con y ante la muerte. Este erotismo empático es una elección de sí que valora el cuerpo y sus misterios. Por otro lado, no podemos negar que esta erótica vagabunda se encuentra cargada de cierto simbolismo inocente que llega como avalancha y nos posee, su fuerza radica, especialmente, en el carácter ingenuo y sincero de sus imágenes.
El diálogo con María es una invitación que nos exige tomar de asalto la existencia. El erotismo en su poesía fluye y nos colma de placeres, pero a la vez, nos recuerda que nuestro deseo de vivir lo colocamos en la vida. Ella nos muestra el rostro afable del que mira dichoso y reconciliado con su cuerpo. El encuentro con esta poetisa suscita una conversación ligera que enciende la imaginación; es de hablar pausado y de provocativo gesto. En ocasiones me ha sorprendido en la intimidad de la casa y su risa es ya una fiesta. Sus visitas son un diálogo inconcluso que no tiene ni principio ni fin. Hay momentos en que se ausenta y la madrugada me toma en sus brazos. Sin embargo, en noche de brisa fresca, a ratos, la veo pasar con poca ropa y la mirada hinchada de deseos. 
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